Pasó mucho tiempo desde la última vez que postee algo. Se hace difícil postear algo interesante en una vida sin viajes y sin nuevas experiencias. Cuesta acostumbrarse al hecho de no viajar. Y uno tiene que hacer un esfuerzo diario por encontrar nuevas experiencias en las actividades cotidianas por mas rutinarios que sean, o en su defecto hacer cambios drásticos en la vida propia. Para cumplir con el último precepto fue que en parte decidí mudarme. También porque el hecho de tener un depto propio y porque todo lo que implica me sirve como un ancla para no escaparme en el primer Bondi que me lleve de vuelta a la ruta, pero esa es otra historia.
Con respecto a la primer forma de escape creo que lo que me conformaba al menos un poco era mi relación con los boletos de colectivo. Para los que hemos viajado en Bondi antes de la aparición de las expendedoras automáticas creo que sabemos lo especial que era conseguir un boleto capicúa. Al menos así lo era para mí.
Desde que volví; fecha que tomó casi como un antes y después de Cristo, antes del viaje (AV), después del viaje (DV), me sorprendía muchísimo lo cerca que estaba cada vez que viajaba en colectivo de conseguir un boleto capicúa, hecho que en mi pequeña fantasía bordeaba el milagro, o creía que la famosa maquinola intentaba darme un mensaje desde el mas allá, o que era una suerte de guía. Muchas veces, habiendo conseguido el número 4552 estuve a punto de acercarme a la segunda persona que subía detrás mío para indicarle que había conseguido un boleto que se podía leer en los dos sentidos, y que si no quería ir a tomar algo. Inclusive en menos de un año conseguí al menos 2 boletos capicúas, y muchos boletos en el poste. Para los que no me conocen tengo cierta manía Madonniana con el tema de los números y no por nada tengo un 77 en la espalda. Recibir un boleto de parte del pseudo robot futurístico del Bondi en cuestión, que tuviera el mismo orden de números si se leyera de izquierda a derecha, como si se leyera de derecha a izquierda realmente me ponía por al menos un par de minutos en una suerte de limbo emocional y me sacaba de la rutina. Era un hecho original en sí mismo, era mi oasis en este desierto carente de nuevas experiencias.
Pero ayer me di cuenta que ese oasis no es mas que un puto espejismo. Analizando un poco mi aparente fortuna numerológica comencé a darme cuenta que todos los boletos en el DV nunca pasan de los 3 dígitos. Es decir que la posibilidad de obtener un boleto capicúa siempre es 1 de 10. Por ejemplo en la decena del 110, hay un número capicúa el 111, lo mismo en la decena del 120, el 121, y así hasta llegar al 1000, con cuatro dígitos la cosa se complica un poco más, pero en el DV los boletos rara vez llegan a los 4 dígitos. Ósea mi buena fortuna no era tal, no existe el oasis.
Por lo tanto estoy acá revelando un complot internacional en contra de la buena fortuna. Aparentemente un asesino en la nómina de algún conglomerado destinado a demostrar que el destino no existe, se ocupa de asesinar al bienamado robot que vive en el colestrivo todas las noches para que nunca pase de los 4 dígitos, aniquilando así la posibilidad conseguir un boleto verdaderamente capicúa.
Claramente otra razón que me lleva a decir que la vida sedentaria bordea la tortura medieval, y la falta de momentos únicos es lo que nos hace envejecer.
Así que acá estoy de vuelta en la calle tratando de encontrarle lo maravilloso al hecho mas trivial. Si alguien sabe como hacerlo soy todo oídos.
Hasta entonces.
Tuesday, August 10, 2010
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