Los manuales de exorcismo, entre otras cosas, establecen que uno de los primeros pasos para iniciar un exorcismo, y llevarlo a cabo con éxito, es averiguar y conocer el vero nombre del demonio a exorcizar. Es importante saber el nombre, para saber a que nos enfrentamos.
El miedo.
Y sobre miedos y males gira esta entrada.
El miedo al otro, miedo a quedarnos solos, miedo a que nos roben, miedo a pasar hambre, miedo a pasar vergüenza, miedo a no tener trabajo, a no tener que comer, miedo a que nos discriminen, miedo a que nos violenten, miedo a ser pobre, miedo, miedo y mas miedo. En especial creo que el miedo al otro, al que no conozco, ese el origen del mal. Desde chiquitos nos machacan con el leit motiv favorito de todos los padres: "no hables con extraños", nos enseñan de muy chicos a temerle al otro, a desconfiar de el. No conocemos al otro, que es lo que quiere, pero tampoco nos animamos a sociabilizar con el a hablar con extraños y conocer que los motiva. Si lo hiciéramos descubriríamos que no quieren algo muy diferente a lo que nosotros queremos, vivir en paz y ser felices. No hay necesidad de molestar al otro, pero como desconfiamos, no sociabilizamos y suponemos lo peor del otro, tomamos medidas preventivas para protegernos del otro, levantamos paredes y barreras, creamos un escudo defensivo sin darnos cuenta que eso eso a su vez hace que el otro desconfié de nosotros y asi se forma una bola de miedo de desconfianza mutua. Esto se ve mas que nada en las ciudades modernas. Desconfiamos de todo y de todos. No confiamos mas que en nuestros familiares mas cercanos y amigos.
El hombre es un animal de costumbre. Nos gusta imponernos hábitos, horarios y usos. Nos gusta ir a dormir a la misma hora, comer a la misma hora y salir a trabajar a la misma hora. Salir de la rutina nos asusta y es algo que evitamos a toda costa, pareciera como si todo lo nuevo, lo desconocido, fuera necesariamente malo. Nos cuesta incorporar nuevas formas de ver las cosas, aceptar un razonamiento diferente al nuestro, y reconocer que puede haber otras formas de ver las cosas, todo eso nos genera inseguridad. Con el tiempo la rutina le va ganando espacio a lo desconocido. Cada vez que nos imponemos nuevas normas, nuevas conductas nos achanchamos un poco mas y cada vez cuesta mas salir de la cotidianeidad.
Pero en última instancia pareciera que le tenemos miedo a una sola cosa de donde se desprenden todos los demás miedos, le tememos profundamente a la muerte, pero no a la muerte en si, sino que la muerte es un portal hacia algo mas temeroso y y peligroso: lo desconocido. Es imposible saber que hay mas allá de la muerte y si es algo bueno o malo y por eso le tememos tanto, básicamente porque no sabemos que es lo que hay mas allá. Por ende en esencia ese es nuestro mayor miedo, lo desconocido. El mayor miedo del ser humano es eso, la incertidumbre, la incertidumbre mas básica de no saber que es lo que sucederá después. Vivimos corriendo de la muerte, mejor dicho de lo desconocido, tratando de escapar de sus garras, cuando en realidad la carrera ya está definida. Todos vamos hacia el mismo lado, no hay forma de escapar. Y así es como vivimos escapándole a esa situación, vivimos creándonos rutinas, le escapamos a cualquier circunstancia que nos ponga en el camino de la incertidumbre, pero justamente es cuando decidimos aceptar la incertidumbre como algo natural cuando realmente descubrimos el mundo, cuando aceptemos que es imposible conocerlo todo, empezamos a conocer.
Parece ser que todo se reduce nuevamente al miedo. Somos animales de costumbre, inclusive cuando decidimos salir de viaje muchas veces lo hacemos en forma controlada, con una agenda, tiempos, y un grupo establecido. Es poca la gente que realmente se anima a viajar y a abrir realmente su cabeza a cosas nuevas. Por un lado queremos conocer cosas nuevas, pero no demasiado diferentes, no vaya a ser que nos sacudan demasiado las ideas y nos pongan a pensar de verdad. Mejor hacerlo con un grupo de gente conocida, a lugares no tan diferentes y no por mucho tiempo. Como le tememos a la incertidumbre y a lo que el otro nos pueda llegar a hacer, a lo que provoque en nosotros; miedo a nuevos lugares. Caminamos una y otra vez por los mismos caminos de siempre yendo a casa o al trabajo, nos cuesta animarnos a conocer algo nuevo. Viajar es un poco eso, enfrentar al miedo. Salir de la rutina, conocer personas diferentes, con otros hábitos y otras costumbres, otros horizontes, nuevos caminos. Eso es abrir la cabeza, mirar otras formas de hacer las cosas, aceptar que a pesar de que compartimos muchos miedos, fantasías y anhelos, en cierta forma cada persona es un mundo en si mismo, y eso nos aterroriza. Viajar es aceptar esa diversidad, aceptar lo desconocido tal cual es, y aprender de eso, sin juzgarlo. Viajar es empezar a vivir sin miedo.
El miedo.
Y sobre miedos y males gira esta entrada.
El miedo al otro, miedo a quedarnos solos, miedo a que nos roben, miedo a pasar hambre, miedo a pasar vergüenza, miedo a no tener trabajo, a no tener que comer, miedo a que nos discriminen, miedo a que nos violenten, miedo a ser pobre, miedo, miedo y mas miedo. En especial creo que el miedo al otro, al que no conozco, ese el origen del mal. Desde chiquitos nos machacan con el leit motiv favorito de todos los padres: "no hables con extraños", nos enseñan de muy chicos a temerle al otro, a desconfiar de el. No conocemos al otro, que es lo que quiere, pero tampoco nos animamos a sociabilizar con el a hablar con extraños y conocer que los motiva. Si lo hiciéramos descubriríamos que no quieren algo muy diferente a lo que nosotros queremos, vivir en paz y ser felices. No hay necesidad de molestar al otro, pero como desconfiamos, no sociabilizamos y suponemos lo peor del otro, tomamos medidas preventivas para protegernos del otro, levantamos paredes y barreras, creamos un escudo defensivo sin darnos cuenta que eso eso a su vez hace que el otro desconfié de nosotros y asi se forma una bola de miedo de desconfianza mutua. Esto se ve mas que nada en las ciudades modernas. Desconfiamos de todo y de todos. No confiamos mas que en nuestros familiares mas cercanos y amigos.
El hombre es un animal de costumbre. Nos gusta imponernos hábitos, horarios y usos. Nos gusta ir a dormir a la misma hora, comer a la misma hora y salir a trabajar a la misma hora. Salir de la rutina nos asusta y es algo que evitamos a toda costa, pareciera como si todo lo nuevo, lo desconocido, fuera necesariamente malo. Nos cuesta incorporar nuevas formas de ver las cosas, aceptar un razonamiento diferente al nuestro, y reconocer que puede haber otras formas de ver las cosas, todo eso nos genera inseguridad. Con el tiempo la rutina le va ganando espacio a lo desconocido. Cada vez que nos imponemos nuevas normas, nuevas conductas nos achanchamos un poco mas y cada vez cuesta mas salir de la cotidianeidad.
Pero en última instancia pareciera que le tenemos miedo a una sola cosa de donde se desprenden todos los demás miedos, le tememos profundamente a la muerte, pero no a la muerte en si, sino que la muerte es un portal hacia algo mas temeroso y y peligroso: lo desconocido. Es imposible saber que hay mas allá de la muerte y si es algo bueno o malo y por eso le tememos tanto, básicamente porque no sabemos que es lo que hay mas allá. Por ende en esencia ese es nuestro mayor miedo, lo desconocido. El mayor miedo del ser humano es eso, la incertidumbre, la incertidumbre mas básica de no saber que es lo que sucederá después. Vivimos corriendo de la muerte, mejor dicho de lo desconocido, tratando de escapar de sus garras, cuando en realidad la carrera ya está definida. Todos vamos hacia el mismo lado, no hay forma de escapar. Y así es como vivimos escapándole a esa situación, vivimos creándonos rutinas, le escapamos a cualquier circunstancia que nos ponga en el camino de la incertidumbre, pero justamente es cuando decidimos aceptar la incertidumbre como algo natural cuando realmente descubrimos el mundo, cuando aceptemos que es imposible conocerlo todo, empezamos a conocer.
Parece ser que todo se reduce nuevamente al miedo. Somos animales de costumbre, inclusive cuando decidimos salir de viaje muchas veces lo hacemos en forma controlada, con una agenda, tiempos, y un grupo establecido. Es poca la gente que realmente se anima a viajar y a abrir realmente su cabeza a cosas nuevas. Por un lado queremos conocer cosas nuevas, pero no demasiado diferentes, no vaya a ser que nos sacudan demasiado las ideas y nos pongan a pensar de verdad. Mejor hacerlo con un grupo de gente conocida, a lugares no tan diferentes y no por mucho tiempo. Como le tememos a la incertidumbre y a lo que el otro nos pueda llegar a hacer, a lo que provoque en nosotros; miedo a nuevos lugares. Caminamos una y otra vez por los mismos caminos de siempre yendo a casa o al trabajo, nos cuesta animarnos a conocer algo nuevo. Viajar es un poco eso, enfrentar al miedo. Salir de la rutina, conocer personas diferentes, con otros hábitos y otras costumbres, otros horizontes, nuevos caminos. Eso es abrir la cabeza, mirar otras formas de hacer las cosas, aceptar que a pesar de que compartimos muchos miedos, fantasías y anhelos, en cierta forma cada persona es un mundo en si mismo, y eso nos aterroriza. Viajar es aceptar esa diversidad, aceptar lo desconocido tal cual es, y aprender de eso, sin juzgarlo. Viajar es empezar a vivir sin miedo.