Como ocasionado por
un extraño signo del horóscopo o quizás relacionado con el poder gravitatorio
de un astro desconocido, el primer domingo de cada mes, y la primera noche de
luna llena por las callecitas de Buenos Aires se da un hecho inédito e
inexplicable.
Una víbora inmensa
sin cabeza, ni cola, serpentea interminable por los barrios porteños anárquica
y sin sentido aparente.
Su cuerpo está compuesto por escamas por miles de colores, de
diferentes edades, lugares y orígenes sociales, su forma va cambiando para
adaptarse al camino por el que circula. A veces es gruesa como una avenida y
larga como una cancha de fútbol, otras no es más ancha que una callecita
normal, aunque larga como un tren de carga. Pero para la gran mayoría de
testigos que la han visto pasar su volumen es indescifrable e inabarcable.
Nadie sabe cuantas cuadras ocupa, donde empieza ni donde termina, pero todos
reconocen que es gigantesca y a su vez impresionante.
Circula por las
calles derrochando “buena onda”, alegría y en plena paz. Recorre a paso lento
pero incansable, como si de pasear se tratase, los diferentes barrios de la
ciudad, sin rumbo definido y con final desconocido. Solo se sabe que el origen
de tan mágica aparición es el gran Obelisco porteño.
Aquellos
transeúntes que la ven pasar por primera vez quedan atónitos ante semejante
imagen: “¿qué significa esto?, ¿por qué está acá? ¿cómo llegó y a dónde va? Y
no pocos preguntan, ¿cómo formo parte de ella?”.
En su vientre están
las esperanzas de todos los que sueñan con una ciudad distinta, quizás hasta
con un mundo mejor. Lleva niños y gente mayor, jóvenes y no tan jóvenes y gente
de todos los sexos. No hay ricos, ni pobres; no se trata de una tribu urbana, o
de un partido político. Todos viajan mezclados en su estómago sin ningún
sentido ni orden y es imposible distinguir el uno del otro. Todos tienen algo
en común: fluyen por las calles y avenidas montados sobre bicicletas, tablas de
skate, patines y otros medios con el denominador común que no usan mas fuerza
que la fuerza de sus piernas y el calor de la sangre de su dueño.
Todos comparten un
sueño, ese sueño es que algún día todos usemos un medio de transporte mas
sencillo, menos contaminante, menos violento y mas amigable, y que así
construyamos de a poco un mundo mejor.
Todo
fluye. Todos somos MASA CRITICA.
Agus Claret